El humo de los megaincendios que arrasaron la Península Ibérica el pasado verano aún flota sobre el debate científico. Más de 500 especialistas de universidades, centros de investigación, administraciones públicas y organizaciones no gubernamentales han firmado una declaración que cuestiona de raíz la estrategia contra el fuego en España y Portugal. El texto, impulsado desde la Universidad de Sevilla, plantea una transformación completa: dejar de concentrar los recursos en apagar llamas y empezar a gestionar el territorio antes de que estas aparezcan.
La iniciativa nace de la Red Temática Internacional sobre Incendios Forestales (Fuegored), que trabaja desde 2007 conectando ciencia, gestión y educación ambiental. Entre los promotores figura Antonio Jordán, profesor del Departamento de Cristalografía, Mineralogía y Química Agrícola de la US y antiguo coordinador de la red, junto a su compañera Lorena Martínez Zavala. Ambos insisten en la urgencia de integrar el conocimiento científico en las decisiones políticas ante lo que ya consideran "una amenaza estructural y global".
Las cifras justifican la alarma. Según datos del Sistema Copernicus, durante los últimos meses las llamas han devorado más de 640.000 hectáreas entre ambos países: 380.000 en territorio español y 260.000 en el portugués. La devastación alcanzó espacios protegidos, obligó a evacuar a decenas de miles de personas y provocó pérdidas ecológicas sin precedentes en ecosistemas que tardarán décadas en recuperarse.
El documento identifica una confluencia de factores que han convertido los bosques ibéricos en polvorines. El cambio climático encabeza la lista, pero no actúa solo. La despoblación rural ha vaciado comarcas enteras, dejando montes sin vigilancia ni mantenimiento. El abandono de actividades tradicionales como la ganadería extensiva o la recogida de leña ha permitido una acumulación masiva de biomasa combustible. Y aunque el texto recuerda que el 90 por ciento de los incendios cuyo origen se conoce tienen causa humana, subraya que el verdadero problema es estructural: "El abandono del territorio es el combustible que alimenta las llamas".
Esa combinación explosiva ha provocado que los incendios actuales poco tengan que ver con los de hace tres décadas. Ya no se trata de fuegos localizados que pueden controlarse con medios aéreos y brigadas terrestres. Los megaincendios de nueva generación superan la capacidad de extinción, avanzan a velocidades impredecibles y generan columnas de humo que crean su propio clima. Jordán lo resume con contundencia: "Como apagar un incendio así ya es prácticamente imposible, la gestión del fuego comienza a exigir estrategias y toma de decisiones anticipadas y dinámicas".
La declaración de Fuegored propone un cambio de paradigma que combina prevención, ordenación territorial, gestión forestal adaptativa y educación ambiental. Las recomendaciones concretas incluyen gestionar anualmente al menos el uno por ciento de la superficie forestal mediante técnicas de selvicultura adaptativa. Puede parecer poco, pero supone intervenir activamente en miles de hectáreas cada año: aclarar espesuras, crear cortafuegos naturales, eliminar material muerto y diseñar mosaicos de vegetación que frenen la propagación.
Otro eje central pasa por revitalizar el medio rural. Los expertos defienden apoyar la ganadería extensiva y los productos locales como herramientas de prevención. Las cabras, ovejas y vacas que pastan en el monte reducen la carga de combustible vegetal de forma natural y económica, además de fijar población en zonas en riesgo de abandono. También plantean planificar con rigor la interfaz urbano-forestal, esa franja cada vez más amplia donde viviendas y bosque se tocan. Allí reclaman incorporar infraestructuras de autoprotección y sistemas de detección temprana como sensores, drones o satélites que alerten antes de que un conato se convierta en catástrofe.
El documento incluye una exigencia de transparencia: crear un sistema de información nacional o ibérico que garantice el acceso a datos actualizados sobre incendios, medidas de prevención y costes reales. Y añade una dimensión cultural: fomentar una nueva relación con el fuego que reconozca su papel ecológico en determinados ecosistemas mediterráneos y promueva la corresponsabilidad ciudadana.
La Universidad de Sevilla lleva años investigando el comportamiento del fuego y sus efectos sobre el suelo. Los trabajos de Jordán y su equipo analizan cómo las altas temperaturas modifican las propiedades físicas y químicas del terreno, dificultando la regeneración posterior. Esa experiencia sitúa a la institución hispalense en primera línea de un debate que trasciende lo académico y exige respuestas políticas urgentes.
El investigador sevillano defiende concentrar el esfuerzo "en la gestión activa del territorio y en un cambio profundo en las políticas de ordenación del paisaje y de los sistemas de extinción". No se trata de desmantelar los dispositivos de emergencia, sino de reconocer que llegar tarde con autobombas y helicópteros resulta insuficiente cuando el paisaje mismo se ha convertido en una trampa de fuego. La prevención, insisten los firmantes, debe dejar de ser un apéndice presupuestario para convertirse en el eje vertebrador de toda la estrategia.
Con más de 500 firmas respaldando el texto, la declaración de Fuegored representa el consenso más amplio alcanzado hasta ahora entre la comunidad científica ibérica sobre incendios forestales. Ahora corresponde a las administraciones decidir si integran estas recomendaciones o esperan a que el próximo verano vuelva a teñir de naranja los mapas satelitales de la Península.